Resulta extraño despertarte un día para descubrir que el periódico de Eduardo Inda y el ABC te han fusilado un texto con el fin de —ironías de la vida— acusar de plagiario a un presidente de Gobierno. En mi caso fue, además, una pieza que llevaba casi tres años colgada en la red. El reportaje salió publicado por La Marea en diciembre de 2015. Lo escribí a cuatro manos con un joven compañero español que, después de pensárselo bien, decidió mantener el anonimato, dado que todavía aspiraba a algún futuro en el sistema universitario español y le habían avisado muy claramente que asociarse a un reportaje de este tipo equivaldría a un suicidio profesional.
La investigación la arrancamos más de un año antes, en el otoño de 2014, medio en broma, al descubrir que Pedro Sánchez, recién ascendido a la secretaría general del PSOE, había hecho el doctorado en la Universidad Camilo José Cela. Bastó escarbar un poco para toparnos con algunas irregularidades que nos animaron a ahondar más. Lo que nos atrajo, sobre todo, fue la fascinación por lo que parecía una peculiar movilización del prestigio académico con fines políticos, precisamente en un momento en el que la política española se veía sacudida por la llegada a esta de una generación de profesores universitarios.
Desde el comienzo nos sorprendieron las respuestas que recibimos tanto del equipo de Sánchez como de la Universidad, que no parecían tomar el tema muy en serio. Y la verdad es que, desde que salió el reportaje, no ha habido respuestas serias a las preguntas planteadas en él. Incluso la declaración más reciente de Sánchez (“Siempre me gustó la docencia”) las elude. Cada vez que algún periodista le ha preguntado sobre la tesis, Sánchez ha contestado —inexplicablemente— con afirmaciones que son fáciles de desmentir (así, cuando Ignacio Escolar le preguntó el pasado mes de abril si haría pública la tesis, Sánchez contestó: “Es pública ya. Está colgada en la red desde hace años, desde que se empezó a hablar de mi tesis se colgó en la red”. Obviamente, este no era el caso).
Era de esperar que, cuando el equipo de eldiario.es se puso a investigar los fraudes en torno a los másteres de Cristina Cifuentes y Pablo Casado resurgiera el tema de la tesis doctoral de Sánchez. Y algunos medios, claramente en busca de un argumento del tipo y tú más, dieron con nuestro reportaje y no dudaron en fusilarlo. Así, por ejemplo, en junio un redactor del Noticiero Universal nos copió párrafos enteros, sin entrecomillado ni mucho menos cita de fuente. Lo que se ha producido estos días, con las ‘revelaciones’ de medios como ABC y OKDiario, también tiene pinta de ser, en lo básico, un refrito de algunos de los datos que incluimos nosotros en nuestro texto de 2015 —refrito, eso sí, con salsa sensacionalista, y eludiendo algunos temas incómodos para la derecha—.
El problema de la tesis doctoral de Pedro Sánchez no es que pudiera contener algún plagio. Nuestro artículo no exploraba esa hipótesis. El problema, como ya señalamos en 2015, es que la publicación del libro La nueva diplomacia económica española, inspirado en la tesis, plantea dudas relacionadas con su autoría. Pero, sobre todo, es un problema que un trabajo de baja calidad académica sirva para obtener un doctorado, además apto cum laude.
La obsesión de algunos medios por la figura de Pedro Sánchez y su objetivo por encontrar indicios de supuestos plagios —claramente motivado por el pánico que han producido los flagrantes casos de dirigentes del PP— distrae de otros temas de más peso que quisimos señalar en nuestro reportaje. Por ejemplo, lo que revela el caso de Sánchez sobre los efectos del ascenso, en España, de las universidades privadas sobre las públicas, ascenso fomentado por el propio PP. Uno de esos efectos —argumentábamos— es un declive de las normas de calidad académica. En el caso de Sánchez, este aspecto quedaba manifiesto, entre otras cosas, en la composición de los miembros del tribunal, a los que no se exigía el historial académico que sí exigen muchas universidades públicas.
La composición de mismo tribunal —que tenía toda la apariencia de haber sido concebido para no tratar demasiado duramente al doctorando— también contiene pistas interesantes, que en el reportaje no tuvimos ocasión de seguir, sobre el funcionamiento de las redes clientelares entre la universidad, la política y el mundo empresarial.
Por ejemplo, los hilos de la red que hizo posible que Sánchez sacara el doctorado —y que incluían a su directora de tesis, los miembros del tribunal y algunos gerentes de la UCJC— no solo estaban tejidos por mutuos favores y apoyos —expresados, sobre todo, en títulos académicos—, tal como explicábamos en aquel primer artículo. Se extendían también a iniciativas empresariales, desarrolladas bajo el paraguas de la universidad (privada) que se dedicaban a ofrecer servicios a entidades… públicas.
Si algo han demostrado las revelaciones en torno a Cifuentes y Casado y la Universidad Rey Juan Carlos es que los problemas de calidad académica que revela el caso de Sánchez, así como la existencia de redes clientelares entre el mundo académico, el mundo político y el mundo empresarial no se limitan, ni mucho menos, a las universidades privadas. Del mismo modo, quizá, que la cobertura periodística del caso de Sánchez tampoco deja en muy buen lugar al periodismo.