«Mecanismos asamblearios para resistir a la propaganda»
Memoria que para optar al grado de doctor presenta Manuel Andrade, tras los informes positivos de tres Departamentos de la Universidad Libre (ver anexo I).
En Nuevo Tecpatán, a 16 de febrero del año 2056.
Agradecimientos
Esta es, por fin, mi última tesis doctoral. Tras 40 años trabajando como investigador, tengo mucho que agradecer y una buena pila de historias que compartir. Para los jóvenes de hoy, valgan estas líneas como excursión a un pasado remoto.
Nunca olvidaré mi primer doctorado, en 2012 (¡tan joven!), con la exigua ayuda de la Xunta de Galicia. Mis amigos «Erasmus+», mis sueños de lograr un gran avance sobre las propiedades mecánicas del grafeno, que era el material de moda de entonces. Las amargas pero didácticas conversaciones con mi directora Emilia Arenal sobre lo que ella llamaba «rubbish-or-perish»: publicar lo que sea para salir adelante. Grazas, Emilia, nunca che esquecerei.
Animado en mi «espíritu aventurero» por los recortes en el sector público y por los vuelos internacionales todavía asequibles, busqué un segundo doctorado en Seattle. No siento precisamente gratitud hacia el profesor Parsons. Apasionado del capitalismo individualista, robó mi patente de plásticos «inteligentes» modificados con grafeno. En cambio, solo tengo buenos recuerdos de la segunda Batalla de Seattle, el Primero de Mayo de 2020. Allí encontré a mi gran (pero breve) amor, Emma. Emma, te debo todo.
Mi tercer director, el prof. Zhang Shizeng, en Shanghai, además de enseñarme muchísimo sobre ingeniería de materiales, me enseñó la lección más importante: la necesidad sacrificar la libertad individual por el bien común. Eso pensé durante décadas, que solo con esa disciplina podríamos resistir al crecimiento de las aguas.
China decidió que continuase mi investigación en bioremediación del suelo mediante Biología Sintética, en el laboratorio de Wu Renjie, en Beijing. Wu, solo tengo gratitud para tí, y me reconforta pensar que nuestras contribuciones enlentecieron la degradación del Shanhaiguan. Pero el recuerdo más intenso lo tengo para nuestro compañero esperantista Li Zhihui, secuestrado y asesinado por el Estado durante una operación de «limpieza». Eso fue lo que me hizo emigrar de China tras la defensa de mi cuarta tesis doctoral.
Viví la siguiente fase del “por el fascismo, contra el calentamiento” (como se le llamó entonces) en Israel, en tres doctorados más. Primero en Jerusalén, y después en dos de sus capitales coloniales: Amman y El Cairo. Viví el entusiasmo del patriotismo profundo y de la vocación científica. Colaboré en hacer retroceder al terrorismo beduino. Empecé a investigar, en la especialidad de neurología, cómo hacer la guerra sin petroleo. Eran los primeros años de las ecoguerras. Por lo mucho que aprendí debo gratitud a mis supervisores, Alexander Bookchin, Murray Zinn y Howard Berkman.
La vida en Bamako no fue fácil: sequía sin fin y represión sangrienta. Pero no lamento nada, y es gracias a vosotros, amigos y compañeros, Amadou, Yambo, Moussa: i ni cé. Gracias también a mi supervisora, la Dra. He Shipei, por ayudarme a tomar todo lo que había aprendido sobre el cerebro humano (para la tortura, para la guerra) y emplearlo para la educación. Por lo que vi, gracias a la educación colonial china, y gracias a los emigrantes-reinmigrantes, los malienses disfrutaban de una prosperidad que nunca antes habían conocido.
Mi última ración de fascismo la tuve de vuelta a Europa: Londres. He de dar las gracias al Prof. Godwin por ayudarme a aprender los últimos avances en propaganda, desde el punto de vista de sociología, complementario al de las neurociencias. También estoy agradecido, en cierta forma, al estado policial británico, no solo por financiar mi doctorado sino por conseguir que finalmente me hartara del fascismo y decidiera volver a la democracia capitalista de EEUU, tantos años después, para mi penúltimo doctorado.
De mi estancia en la Isla de Nueva York, capital del mundo consumista, guardo solo buen recuerdo de su relativa libertad de prensa. Tras décadas de propaganda fascista, me puse al día sobre la correlación real de fuerzas en esta ecoguerra permanente, sobre infiltración y sobre magnicidios. A la profesora Goldman y a su patrocinador, American General Motors, no tengo tanto que agradecer: dedicar tres años de mi vida a «perfeccionar» la propaganda consumista me rompió por dentro. Pero hay que comer, y a esta altura pensaba que solo servía para hacer doctorados, así que hice uno más. El penúltimo.
Y lo mejor para el final. Mil agradecimientos a las compañeras del Departamento Itinerante Paolo Freire de la Universidad Libre. Gracias, Ramona, Berta, Moisés, Fidelia. ¡Kolaval! Esta tesis doctoral es tan vuestra como mía. Gracias otra vez: por las asambleas, por los cuidados, por la acogida. Y hago extensivo este agradecimiento a tí que me lees y al resto de nosotros en las ecorregiones bolivarianas y en las hermanas ecorregiones escandinavas. Somos la muestra de que otro mundo es posible. Somos la esperanza para la Tierra.
Nota: por si alguna vez vuelvo a pisar territorio fascista, he cambiado todos los nombres extranjeros.