La parrhesia es un concepto utilizado por Michel Foucault que hace referencia a hablar con libertad al sentirse en la obligación de decir la verdad en aras del bien común, aunque te produzca un daño individual. El continuo vertido de excreciones periodísticas que alimentan el odio a raíz del hallazgo del cuerpo sin vida del niño Gabriel Cruz Ramírez llevan sin remisión a apelar a la parrhesia.
El contexto económico, social y cultural en el que estamos inmersos es el idóneo para que el odio prenda. El combustible existe y solo hace falta que los incendiarios acierten a encenderlo para que la flama arda incontrolada. No es posible pedir prudencia, mesura y razón a los incendiarios que habitan nuestros medios, por eso es preciso denunciar y señalar a los voceros que hacen todo lo posible para que nuestra sociedad transite las sendas de la intolerancia y la fobia bruta.
Hassan Ngeze fue un periodista ruandés que hizo carrera al calor del dictador Juvénal Habyarimana para contrarrestar mediante su propaganda los medios contrarios al régimen. Ngeze fue el editor jefe de Kangura, una revista que servía de difusor de los mensajes de odio del “Hutu Power” y que participó junto con la Radio Television Libre Des Mille Collines del genocidio tutsi. Los diez mandamientos hutus publicados por Hassan Ngeze fueron el corpus ideológico de discurso que llevaría al asesinato masivo de más un millón de ruandeses de etnia tutsi. El texto con lenguaje racista y con muchas similitudes argumentales -si se le pueden llamar así- con el nazismo fue publicado en diciembre de 1990 en el número 6 de la revista Kangura. Hassan Ngeze fue condenado a 35 años de cárcel por su participación en el genocidio ruandés.
Ngeze no mató a nadie, simplemente sembró el odio haciéndose pasar por periodista desde un medio de comunicación. En España tenemos algunos ejemplos de medios que operan con la misma lógica argumental. No hay mano ejecutora que aplique el plan pero el mensaje es el mismo. El hallazgo del cadáver de Gabriel Cruz y la detención de Ana Julia Quezada ha desatado una ola comprensible de indignación. Pero a su vez una inaceptable muestra de odio enarbolada por algunos medios de comunicación que han visto en ese espíritu renacido de Charles Lynch la oportunidad de sacar rédito económico.
Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, ha rogado en Onda Cero que no se difundan mensajes de odio porque no quiere que sea lo que quede del recuerdo de su hijo. Que recuerden con buenos actos el viaje de su pescaíto hacia un lugar mejor. Pero las pirañas no tienen compasión, han olido sangre y despedazan la carnaza y salpican con ella para llenar sus bolsillos.
Dos medios de comunicación -duele compartir profesión con algunos de sus miembros- han sido los que han encabezado la masa con sus mensajes de odio: El Español y OkDiario. Sus directores, Pedro J. Ramírez y Eduardo Inda, han bebido de las mismas fuentes y ahora compiten entre sí por ser líderes en indecencia profesional, la personal la sabrán sus congéneres, y allá quien la sufra.
Esta ha sido una mala semana para la derecha más reaccionaria, la que se maneja bien sin escrúpulos. Durante mucho tiempo llevan despreciando, atacando y vituperando a las mujeres al verlas empoderadas defendiendo sus derechos. Y al ver cómo ellas salían a la calle venciendo la aversión vertida en su contra estaban buscando un suceso que pudiera devolverles el terreno perdido. Y ocurrió. La tormenta perfecta para dispersar su bilis ha estallado. Una mujer negra es sospechosa de cometer un infanticidio. La excusa necesaria para esputar toda la inquina que llevaban tiempo guardando, un caso que les permite defender la cadena perpetua siendo machistas y racistas. No la pueden desaprovechar. Las redes se inundan de mensajes que no vale la pena difundir porque sería darles una inmerecida importancia. Son irrelevantes y solo se merecen el más absoluto de nuestro desprecio. Pero no hay que tratar de igual manera a aquellos que tienen un altavoz y son capaces de transformar nuestra convivencia con sus diatribas tóxicas.
No es tolerable y no podemos permitir en nuestra sociedad que la libertad de prensa sirva para escudar comportamientos impropios en un Estado de derecho.
Los titulares sensacionalistas chapoteando en la miseria pero creyéndose talentosos al jugar con la ambigüedad de su anterior profesión. «La carnicera de Burgos»:
Ana Julia Quezada, la carnicera de Burgos: cuidó a una niña que murió al caer de una ventana y tiene una hija
La difusión del discurso xenófobo y racista de una petición recogida en Change.org que legitima lo peor del ser humano:
Que Ana Julia cumpla condena en una cárcel dominicana: recogida masiva de firmas
La recreación en la muerte de un niño de 8 años para enardecer a las masas y aumentar el dolor de la familia del pequeño Gabriel:
Los cuatro minutos de estrangulamiento de Gabriel: una muerte con sufrimiento
Poner el foco sobre la hija de la detenida, con foto incluida, para que el acoso no solo no disminuya, sino que, si puede ser, se incremente:
El acoso contra Judith, la hija veinteañera de Ana Julia: ingresada por ansiedad
Vincular a la detenida con una ideología que nada tiene que ver con el asesinato para después criminalizar a todos los que protestaron en Gamonal. Un caramelo demasiado apetecible:
La detenida por el asesinato de Gabriel es una activista de izquierdas que apoyó los disturbios de Gamonal
Periodismo de investigación que muestra el lugar de un hecho luctuoso solo por morbo. Puro Inda:
OKDIARIO en el patio interior de Burgos donde murió la hija mayor de Ana Julia en 1996
El odio no surge de la nada. Se construye y se concreta desde el lenguaje. Instituyendo una línea que diferencia al otro del nosotros, y para eso es mucho más fácil utilizar ejemplos como el de la sospechosa del asesinato de Gabriel Cruz. Alguien a quien todos podemos despreciar para luego construir un enemigo por asociación a través de su raza y su género. Ensanchar la base del adversario, sembrar el odio y dejar que la masa despreciada ejerza su ley.
“La masa irrumpe súbitamente allí donde no existía nada. Puede que algunas personas se agrupen, cinco, diez, doce, no más. Nada se había anunciado, nada se esperaba. Mas, de repente, todo está repleto de gente”. Elías Canetti representaba de esta manera el misterio que era la creación de una turbamulta. No se puede prever, pero se puede convocar el riesgo.
Tumultos en la puerta del domicilio de Vícar (Almería) donde se agolpaban ciudadanos y vecinos a la espera de la salida de la detenida para agredirla tras salir del registro. Una masa de personas en las puertas de la comandancia pidiendo la pena de muerte. Esos hechos son alimentados por medios de comunicación como El Español y Okdiario. La irresponsabilidad de aquellos que alientan los bajos instintos de la masa es alimentada por su propia ignorancia sobre el funcionamiento de la turba desatada, porque la masa es el kraken que una vez desencadenado es incontrolable.
Peter Sloterdijk lo expresa así: “Cuando la masa deviene sujeto y llega a dotarse de una voluntad y una historia, cabe atisbar el fin de la época de la altivez idealista, ese mundo en el que la forma creía poder organizar la materia amorfa según sus propios deseos”.
Si en esta sociedad no transitamos el delirio del linchamiento, de la rabia, del odio exacerbado no es por directores de panfletos como Eduardo Inda o Pedro J.Ramírez. Si fuera por ellos y su labor, si dejáramos cabalgar su mensaje de odio sin sujetarlo, nada nos separaría de los machetazos en nuestras calles.