No es fácil escribir sobre las ONG. Se necesitaría un ensayo completo para describir la forma en la que sobre todo Europa y Estados Unidos han expoliado a los países del antes llamado “Tercer Mundo” –ahora no sé cómo lo llaman– para después devolverle migajas en forma de una caridad profundamente ligada a las prácticas del cristianismo. Sin embargo, a raíz de las denuncias contra Oxfam por violaciones y explotación sexual en Haití, cunde en ciertos sectores la tesis de que existe una campaña orquestada para desprestigiar a estas organizaciones. Y no se trata de eso. De ninguna manera.
Ya escribí aquí mismo sobre la criminalización del bien llevada a cabo por los conservadores. Lo hice a raíz de las denuncias contra Helena Maleno, la activista que ha salvado la vida de incontables emigrantes gracias a sus alertas sobre naufragios y zozobras de las embarcaciones con las que tratan de alcanzar este paraíso cruel. Sin embargo, el caso de Oxfam no tiene en absoluto que ver con esto.
Son elocuentes en este sentido las declaraciones de Mark Goldring, director ejecutivo de Oxfam Reino Unido, epicentro del delito. Porque es un delito. En fin, son varios. Goldring afirmó en una entrevista concedida el pasado 16 de febrero al diario The Guardian que las críticas le parecían “desproporcionadas”. Para enfatizar su opinión añadió: “La intensidad y ferocidad de los ataques te hace cuestionarte qué hemos hecho. ¿Hemos asesinado a bebés en sus cunas?”.
“Una salida digna”
A ver, en 2011, cuando Oxfam conoció los hechos, quien se encontraba al frente de la misión de la ONG en Haití era Roland van Hauwermeiren. Y resulta que Oxfam ya sabía que, en 2006, Roland van Hauwermeiren había hecho lo mismo en Chad. La reacción de Oxfam cuando se conocieron los abusos en Haití –abusos que por otra parte llevaban tiempo siendo denunciados– fue elaborar un informe interno en el que admitía no descartar “la existencia de menores entre los explotados” sexualmente en orgías que se llevaban a cabo en las propias dependencias de la organización. Despidió a cuatro responsables y admitió la dimisión de otros tres.
Los delitos se denuncian. Mucho más si se llevan a cabo en un acto de evidente abuso de poder y se tiene la sospecha de violación o explotación sexual de menores. Según informó The Times, Barbara Stocking, entonces directora ejecutiva de Oxfam, ofreció a Roland van Hauwermeiren “una salida gradual y digna”.
Participación activa
Después se han conocido los hechos, han aparecido más denuncias de explotación sexual, e incluso se ha acusado a algunos miembros de amenazas a los testigos. Y aparece una evidencia dolorosa: el problema no es que uno o varios miembros de la ONG explotaran sexualmente a aquellas personas a las que debían proteger –para lo cual además usaban fondos para la cooperación y otros procedentes de la ciudadanía–; el problema es el silencio de la organización, la “salida digna” para el presunto abusador, o sea la participación activa de Oxfam en el asunto. Pero es que, además, el hecho de que tal abuso no se considerara digno de denuncia e investigación por parte de las autoridades públicas, despierta la duda sobre qué consideración les merece a los directivos de una de las mayores ONG del mundo la población de esos países a los que, en teoría, socorre.
En declaraciones al diario El País, Pilar Orenes, subdirectora de Oxfam Intermón, declaraba la semana pasada: “Nosotros hemos reconocido el hecho en sí, y no solo eso, sino que compartimos la indignación, la tristeza y la vergüenza porque estas cosas pasen”. No se trata de compartir ni indignación ni tristeza, sino de denunciar ante las autoridades un posible –si no evidente– delito. En una línea parecida se manifestaba Mark Goldring sobre la “salida digna” de los acusados: “No se hizo para protegerles, sino de buena fe, para intentar equilibrar y ser transparentes mientras se protegía el trabajo de Oxfam”.
Y las dudas se multiplican: ¿Habría sucedido lo mismo de haberse dado los abusos en un país de la Unión Europea? ¿Se habría silenciado igual? ¿Por qué un posible abuso sexual a menores en Reino Unido o España se denuncia a la policía, y en Haití o Chad no? ¿Hasta qué punto la situación de pobreza y vulnerabilidad extrema de la víctima permite a las organizaciones el silencio? ¿En qué medida el hecho de pertenecer al llamado “Tercer Mundo” cubre el delito con un manto de impunidad? ¿Hasta qué punto nos encontramos, pues, ante nuevas formas de superioridad neocolonialistas y destinadas a calmar la conciencia del expolio?
Médicos Sin Fronteras y Acción contra el Hambre ya han admitido casos similares. El presidente de Haití, Jovenel Moise, asegura que “el caso Oxfam es solo la parte visible del iceberg”.