Los símbolos de la patria para la derecha no son más que un garrotazo. Algo con lo que agredir y diferenciarse de la chusma de la antiespaña. De todos aquellos que tienen una visión de país diferente a la única y verdadera España, aquella dictada bajo los designios de dios y que con sangre entró. Los himnos nacionales que han fraguado se conformaron cuando los países se estaban creando y en contraposición a un enemigo exterior. En España, la caterva patriotera siempre piensa en un enemigo interior, en construir unos símbolos que funcionen como arma con la que diferenciarse y excluir. El himno como símbolo de distinción que permita expulsar de su idea de España a todo aquel que no comparta lo que ellos consideran que tiene que ser este país.
Los que entienden la patria como algo diferente y no comparten la mercantilización de los sentimientos no tienen cabida en la letra de la nueva idea perpetrada como bonus track para los asistentes en un concierto en el Teatro de la Zarzuela: ”La gente que se avergüence de un himno y una bandera, a lo mejor debería plantearse vivir en otro lugar si tan incómodo e infeliz está en esta maravilla que tenemos que es España”, dijo la ideóloga, Marta Sánchez, tras contar que le vino en un flash [no encontró palabra en español para expresarlo] en su casa de Miami.
Un himno para unir a todos los españoles, y con la primera declaración que hace ya quiere mandarnos allende las fronteras a los que nos sentimos zaheridos cuando nos apedrean con los símbolos. España, cultura y exilio son las palabras que han marcado estos primeros párrafos.
Y yo me acuerdo de Luis Cernuda. Uno de los referentes más importantes de la cultura nacional. De España. Y recuerdo, siempre presente la memoria, su Díptico español como una letra digna de ser el himno de esa España que no agrede con sus símbolos: «Si yo soy español, lo soy/ a la manera de aquellos que no pueden/ ser otra cosa: y entre todas las cargas/ que, al nacer yo, el destino pusiera/ sobre mí, ha sido esa la más dura’. No hay letra que represente más el amor a la propia tierra que la que Cernuda labra en Es lástima que fuera mi tierra. Una letra doliente, amarga, de quien es consciente de que quienes lo han expulsado fuera de su terruño no representan la pluralidad y la diversidad de sus gentes. La aflicción y la pena del que extraña su cuna y habla de ella con pesar son muestra de amor sincero. No hay mayor dolor que el que nace de la decepción. Sin halagos vacíos, sin épica impostada, el sentimiento crudo, sucio y desengañado de quien quiere amar y no le dejan [cómo sabía él de eso]. Porque nadie ama más su tierra que quien hace su vida de cuidar la voz de su pueblo, que es la lengua.
El poema de Cernuda es el camino y la respuesta a todos aquellos que no entienden que la izquierda hace mucho que ha articulado una respuesta a la patria. Es la España de Cernuda, la que ama sus lenguas y la cultura, la que adora a sus gentes, a los subyugados y a los exiliados, la que habla con amor de la literatura española. Ahí está el himno de la España peregrina. De los desamparados de esta patria cavernosa y excluyente. La nuestra. Porque bien está que fuera tu tierra: “No es esa España obscena y deprimente/ en la que regentea hoy la canalla,/ sino esta España viva y siempre noble/ que Galdós en sus libros ha creado,/ de aquella nos consuela y cura esta”.
La España de la izquierda
El símbolo más evidente y esperanzador que tuvo la República para huir de la España decimonónica y siniestra fueron las Misiones Pedagógicas, el intento por llevar la cultura a las zonas rurales y convertir a los campesinos en españoles dotándoles del conocimiento de España a través de su cultura. Crear ciudadanos españoles. Pero sobre todo ciudadanos. La idea de España que hoy tenemos es la que nació de aquella que expulsó lo mejor de nuestro país. La que mandó a Colliure a Machado, la que mató a Miguel Hernández en una cárcel pútrida y expulsó a Luis Cernuda en cuerpo y espíritu. El amor por la tierra propia nace de la misma esencia de la izquierda como pensamiento. No ha habido campesino o labriego que no amara su campo, porque su sustento nacía de él. Con amargura y contradicción, con pesar pero con sentimiento. Defendiéndola pero con desconfianza, y sin amor incondicional: “¡Y qué buena es la tierra de mi huerto!,/ hace un olor a madre que enamora,/ mientras la azada mía el aire dora/ y el regazo le deja pechiabierto”.
La tierra propia conforma la esencia del individuo, ya sea desde la infancia y «las cuatro esquinas en las que meas», como decía Manuel Vázquez Montalbán o desde «el lugar en el que estudiaste el bachillerato», como Max Aub. La patria que la izquierda española siente se la ha tenido que inventar porque necesita ocupar esa necesidad de apego que los símbolos existentes conformados por quienes les reprimían han construido contra ellos. «El barrio», «mi gente», no importa el lugar común al que necesitemos acudir cuando alguien apela a la patria. Buscamos nuestro espacio porque no somos capaces de construir una frase con la negación misma de la idea de patria, necesitamos un lugar común que nos acoja para sentirnos nosotros. Un espacio colectivo que represente parte de lo que somos. Un sitio compartido que sea la contraprestación a la actual patria española que nos dispara con sus símbolos y representaciones.
La izquierda tiene como punto principal de sus valores el respeto a la identidad cultural y a los sentimientos nacionales de todos los pueblos de España. En esencia, la tolerancia. Por eso no puede actuar de la misma manera que aquellos que agreden con las banderas. Ese respeto tiene que ser ejercido incluso cuando los significantes que orbitan sobre la emoción ajena no nos conciernen. Es una evidencia que los símbolos asociados a la nación española, la bandera y la monarquía son antagónicos a los preceptos fundamentales de la izquierda española. Porque en esencia surgen de la destrucción de los valores primigenios defendidos durante la democrática República y que fueron destruidos por un golpe, la guerra y la dictadura. Por su victoria. Son los símbolos que sirvieron para derruir la semilla plantada en el XIX por la Institución Libre de Enseñanza y después por las Misiones Pedagógicas, en definitiva, por todos los avances sociales que los vencedores destruyeron durante la invasión fascista de España. Pero esa visión, académica e ilustrada, de lo que representan la bandera y la nación actual, asentada sobre unos valores antidemocráticos surgidos del nacionalcatolicismo, no nos puede nublar la razón y asociar esos valores a todo aquel ciudadano español que se sienta de este país y considere la enseña rojigualda como suya.
No se puede aceptar la premisa de que España sea lo que quieren los enemigos de la diversidad y la pluralidad. Es necesario respetar el sentimiento de identidad de la clases populares a las que se aspira a representar y no ser hostil. Inmiscuirse en la patria para resignificarla y hacer de ella un lugar amable, que cuide a los suyos, y convertir la idea de España en algo que se aproxime a los valores que su representación política defiende. Transformar la patria en matria a través de la exaltación de la cultura. No desde el enfrentamiento a las ideas preestablecidas que hoy en día conforman la identidad de la nación española, sino desde la aceptación de una emoción y unas ideas no compartidas, tolerando su existencia para transformarla en una nación que se identifique con tus valores desde el convencimiento absoluto de que tu idea de nación es mucho más sensible con las necesidades de las clases que más necesiten un Estado que se preocupe por ellos.
La España que tiene que construir la izquierda es integradora y en ella se tienen que sentir cómodas todas las identidades de la clase trabajadora. Si eso no se logra, solo servirá para que el populismo de derechas infecte las capas populares. La clase obrera es una, y en ella anidan diferentes identidades sexuales, raciales y de género. Hacer posible la convivencia de las identidades de su pueblo es irrenunciable para una izquierda que se digne de serlo, y hasta lograr esa patria inclusiva, tolerante y diversa es imprescindible que los sentimientos nacionales preexistentes no vean como una amenaza la ideología de quien solo pretende representar a los más desfavorecidos y mejorar las condiciones materiales de su vida. Cernuda sentía la nostalgia de una patria imposible. No hay que conformarse. Es preciso, es urgente, construir una España a la que Luis Cernuda quisiera volver.