El conocimiento neurocientífico actual da cada vez más protagonismo a las emociones en nuestra participación en el mundo y en la modulación de nuestras cogniciones, nuestros pensamientos. Por ejemplo, según la hipótesis del marcador somático del neurocientífico António Damasio, ganador del Príncipe de Asturias, nuestros recuerdos emocionales son básicos en nuestras tomas de decisiones. Dichos recuerdos nos guiarían de forma inconsciente en qué opciones son más y menos adecuadas ante una determinada decisión a tomar.
Asimismo, desde la psicología social, hace ya décadas que se ha venido estudiando los mecanismos por los que las personas tendemos a intentar integrarnos y ser fieles al grupo con el que nos identificamos y a diferenciarnos de los grupos a los que creemos no pertenecer.
El periodismo y la política actual y las redes sociales parecen haberlo entendido muy bien y, a mi juicio, lo están potenciando en general. Gran parte de los mensajes de las personas y de las personas periodistas respecto al 1-0 así lo muestran.
Quiero compartir mi gran laberinto emocional con todo lo que está pasando respecto al conflicto Catalunya-España. Me da la sensación de que comparto muchas de las emociones que estoy sintiendo respecto a este tema con muchas otras personas, aunque no las solamos expresar.
Siento muchas emociones.
Siento mucho cariño y amor a mi gente, mayoritariamente independentistas y soberanistas de izquierdas en Barcelona y alrededores y de más variado arco político en otras partes del Estado.
Siento envidia y admiración por la fuerza, por la capacidad de aglutinar y de crear ilusiones y de generación de argumentos, y por la acción pacífica, inclusiva y masiva del movimiento independentista catalán.
Siento tristeza porque el mayor ciclo de movilizaciones ciudadanas que yo conozco desde que nací se asocie con un tema nacional y de ruptura y no por otros problemas que considero más acuciantes para la humanidad, como la crisis ambiental.
Siento mucha rabia hacia los nacionalistas españoles que nos gobiernan ante la negativa de permitir un referéndum de autodeterminación de Catalunya con garantías, en aras de unos supuestos principios democráticos y legales que con frecuencia violan, así como por la gestión puramente legalista y cortoplacista de un problema social y político de largo recorrido. También siento rabia hacia ellos por el hecho de que nieguen la crisis sistémica que persiste en España (política, económica, judicial…) y que se nieguen a emprender una regeneración social, política y económica.
Siento esperanza al percibir interés genuino por muchas personas de España para conocer las motivaciones del independentismo y/o su apoyo a un referéndum con garantías como solución al conflicto.
Siento miedo ante las manifestaciones masivas de sentimiento nacional y ante la tendencia humana a la sinécdoque, a considerar la parte como el todo (Catalunya quiere la independencia, España no tiene remedio, los musulmanes son terroristas, los occidentales son degenerados…).
Siento tristeza ante la falta de empatía de muchos españoles al no querer ver que la mayoría de catalanes consideramos Catalunya un sujeto político soberano y por parte de muchos catalanes que no parecen recordar que la mayoría de españoles consideran España como un sujeto político soberano.
Siento rabia por las manifestaciones de odio hacia otras identidades nacionales u orígenes (anticatalanismo, antiespañolismo, antiandalucismo…), por el anti-islamismo, por el machismo y por bajezas parecidas y tan frecuentes.
Siento cariño hacia mis amistades catalanas, al sentir muestras de anticatalanismo, como hacia mis amistades andaluzas, al sentir manifestaciones anti-andaluzas.
Siento gran tristeza ante cualquier acto de violencia aquí, allá o acullá, que venga justificado por cualquier bandera, religión o ideología.
Siento alegría por la reacción de la mayoría de la población de Catalunya posterior a los recientes atentados en repudio de la violencia y a favor de la convivencia y el respeto.
Siento miedo ante la presión que estoy sintiendo por definirme en el blanco o en el negro, cuando lo que siento tiene muchos más colores y a que esta presión derive en “linchamiento” hacia quienes manifestamos matices y dudas.
Siento tristeza y rabia ante el esperpento que se vivió en el Parlament català los pasados miércoles y jueves.
Siento agradecimiento por la empatía que estoy recibiendo de amistades y familiares ante mi vivencia de este proceso.
Siento alivio al recordar, desde una perspectiva histórica, la disminución en los niveles de violencia con la consolidación de los estados-nación (ver por ejemplo el libro Sapiens: de animales a dioses, de Yuval Noah Harari).
Siento esperanza al leer en la Llei de transitorietat que habría un proceso participativo para elaborar la constitución catalana en un contexto de mayoría social de centro izquierda en Catalunya.
Siento decepción al leer en la Llei de transitorietat que ésta no avanza en derechos sociales más allá de la Constitución e spañola, al leer que, según dicha ley, los residentes en la actualidad en Catalunya sin nacionalidad española lo tendrían difícil para adquirir la nacionalidad catalana y al ver la falta de independencia política del poder judicial que emana dicha ley.
Siento mucho miedo ante la escalada de tensión que se está manifestando en el conflicto sociopolítico Catalunya-España.
Por esto, no siento alegría al ver la ilusión de gran parte de mis amistades independentistas ante la Diada y ante el 1-O.
Ante todo este laberinto emocional, me surgen dos grandes dudas. La primera es que el 1-0 haya un referéndum con un mínimo de legitimidad que ayude a resolver el actual conflicto. La segunda, qué hacer, si hay referéndum/movilización, como ciudadano catalán (no votar, votar Sí, votar en blanco o No; encuentro emociones y argumentos para todas las opciones); los acontecimientos venideros me ayudarán a decidirme.
* Jordi Ortiz Gil es socio cooperativista de La Marea y neuropsicólogo.