Este reportaje sobre Torre Sevilla está incluido en #LaMarea46
Al pie de la gigantesca torre cobriza, en una soleada mañana de invierno, un trabajador apura un cigarrillo durante un descanso. «No es que se vea mucha gente, pero poco a poco se va llenando. No es mal sitio para trabajar», dice. Por la puerta no pasa nadie en casi diez minutos. El edificio y su entorno aún no forman parte de los itinerarios habituales de Sevilla, que vive de espaldas al extremo sur de la Isla de la Cartuja. Entramos. Al subir por el ascensor, los oídos se taponan por el rápido cambio de presión. Las vistas quitan el hipo. La ciudad parece una maqueta. Pero, más allá de la obnubilación que provocan las alturas, cabe echar pie a tierra y preguntarse: ¿llegará a cobrar sentido la inversión en el séptimo edificio más alto de España? De momento, y tras suponer un gasto de más de 300 millones de euros, entre los escasos beneficiarios del rascacielos concebido en origen para ser emblema del poder financiero andaluz sólo sobresalen las adjudicatarias, con FCC y Dragados (Grupo ACS) como marcas destacadas.
La torre de oficinas de más de 180 metros, impulsada en los albores de la crisis por Cajasol y terminada por CaixaBank tras absorber en 2012 a Banca Cívica, ha logrado hacerse realidad a pesar de la depresión financiera y de los recelos de la Unesco, que a punto estuvo de sacar a Sevilla de la lista de Patrimonio de la Humanidad por su impacto visual. Ahora, a la espera de que el edificio alcance un todavía lejano umbral de rentabilidad, el proyecto plantea dudas sobre su integración en la ciudad y su capacidad de atraer empresas, problemas similares a los de la Torre Agbar en Barcelona. «Fue un proyecto faraónico a mayor gloria de las cajas y del alcalde [Alfredo Sánchez Monteseirín, del PSOE]. Quería ser un símbolo de modernidad, pero al final sólo queda una agresión al paisaje urbano», afirma el arquitecto José García Tapial, funcionario de Urbanismo hasta 2008.
Una de las paradojas del rascacielos es que «si no tiene éxito, será otro proyecto infrautilizado, como el Estadio Olímpico, y si funciona generará un problema de movilidad», en palabras de Ricardo Marqués, de la asociación A Contramano. La línea 2 del metro de Sevilla, programada con parada en la zona, es ahora una inversión imposible por falta de dinero, lo cual dificulta los accesos en transporte público a una zona históricamente mal conectada. El puente proyectado como solución de urgencia se descartó por su elevado coste y su falta de adecuación al planeamiento. El Ayuntamiento ha tenido que reforzar el transporte público a la zona con una línea de autobús y prevé mejorar los carriles bici. Todo para paliar los problemas derivados de una planificación excesiva en origen. «No se tomaron las medidas necesarias para regular su gran impacto en la zona, junto a un acceso conflictivo como el de las autovías de Huelva y Mérida», señala el decano del Colegio de Arquitectos, Ángel Díaz del Río.
Viniendo de Mérida, desde decenas de kilómetros, se observa la torre como un aguijón clavado en las carnes erizadas de la ciudad. ¿Cómo ha llegado ahí ese gigante? El proyecto cristalizó con Sánchez Monteseirín como alcalde (1999-2011) y Antonio Pulido como presidente de El Monte (2006), luego de Cajasol (2007) y al final de Banca Cívica (2011). El hoy presidente de la Fundación Cajasol apostó por un rascacielos que iba a simbolizar la pujanza de las finanzas del sur. El arquitecto chileno César Pelli, con las Torres Petronas de Kuala Lumpur en el currículo, ganó el concurso de ideas y la obra ya rodaba en 2007, a pesar de que la crisis enseñaba los colmillos.
La torre, cuya adjudicación inicial más sonada recayó en FCC y en una filial de Abengoa, empezó a crecer desafiando a una depresión que ya no negaba ni José Luis Rodríguez Zapatero, el último en pronunciar la palabra «crisis». Pero vaya que si había crisis. Y la probó en primera persona Cajasol, que en 2012 acabó devorada por CaixaBank. Los valedores del rascacielos perdieron pie. Donde había estado Monteseirín, mandaba Juan Ignacio Zoido, alcalde de 2011 a 2015 y hoy ministro del Interior (PP); donde había estado Pulido, cogió el timón Isidro Fainé. Ni Zoido ni Fainé miraban el proyecto con ojos golosos. La opción de tirarlo estuvo sobre la mesa. Finalmente Fainé, presidente de CaixaBank hasta 2016, se decantó por «dotarlo de usos empresariales, comerciales y culturales y sacarlo adelante pese a la gran inversión», explican en la entidad financiera.
Mercado de alquiler alicaído
Los desafíos de la torre siguen irresueltos. Finalizada en 2015, está lejos de llenarse. Es lógico, porque el alquiler de oficinas en Sevilla es un mercado alicaído. Uno de cada tres metros cuadrados está vacío, según un informe de Inerzia sobre la foto del sector terciario a finales de 2015. Ese mercado ha tenido que hacer hueco al mayor rascacielos de oficinas de Andalucía, ofertada a 15-20 euros el metro cuadrado. De las 37 plantas útiles, ya hay empresas en una veintena, contando las 12 de un hotel, de cuyo acondicionamiento se encarga FCC, en la parte alta del edificio. Pero, poniendo la lupa, se observa que en el catálogo de firmas instaladas destacan las vinculadas al proyecto y/o a CaixaBank: Puerto Triana, sociedad promotora de la torre desde sus inicios, propiedad del banco; la filial inmobiliaria de CaixaBank, Building Center; Ayesa, responsable de la gestión integral de la obra y que ocupa nada menos que 5.400 metros cuadrados… En resumen, es más fácil encontrar grandes firmas implicadas en el proyecto que empresas decididas a instalarse.
Aunque también se han sumado marcas como Deloitte y Orange, la demanda de oficinas no compensa aún la inversión. El presupuesto superaba los 300 millones y la inversión final ha sido mayor, según un gestor vinculado a la torre. Ni la Fundación Cajasol ni CaixaBank detallan su coste exacto. La Fundación se remite para cualquier dato a La Caixa, que se limita a señalar que ha invertido 325 millones pero no sólo en la torre, sino en todo el complejo: 215.000 metros cuadrados que incluyen un centro comercial, un parque, un aparcamiento y un CaixaForum, que acaba de ser inaugurado. No se comenta nada sobre la inversión anterior a la absorción en 2012 de Banca Cívica por casi mil millones. Ni tampoco se ofrece un listado de las adjudicatarias a lo largo del proyecto, entre las que están Dragados –responsable del tramo final de la obra y del centro comercial–, y Siemens, autor de los dispositivos tecnológicos.
CaixaBank, con la ayuda del actual alcalde, Juan Espadas (PSOE), se esfuerza en rebautizar el rascacielos como Torre Sevilla –nada de Torre Pelli o Torre Cajasol–. Es un intento de quitarle la pátina de grandilocuencia y pasar página del historial de polémicas que acumula, la mayor de todas por haber robado a la Giralda la primacía en el skyline. «Cada vez que hay en Sevilla un proyecto novedoso, como la biblioteca del Prado o las Setas de la Encarnación, sale una plataforma para que nada cambie. Han dado todas las excusas: la Giralda, que si problemas con los aviones, que si era un símbolo del poder financiero… Nosotros apoyamos el proyecto, que viene a generar actividad a una ciudad que lo necesita», defiende José María Bascarán, presidente de la Asociación sevillasemueve. Fernando Mendoza, de la plataforma Túmbala, discrepa de raíz. «Es una torre vulgar y megalómana, que aplasta a toda la ciudad, especialmente a Triana. Y no tiene aceptación popular. Ni siquiera ha habido inauguración oficial», afirma.
Aunque Sevilla es parsimoniosa para el cambio de hábitos, es previsible que cuando culminen las instalaciones culturales y comerciales la zona cobre pulso. Las tiendas nuevas suelen tener tirón y en otras ciudades el CaixaForum ha funcionado. Aunque insuficientemente comunicada, la parcela está en realidad a un paseo del centro. Y siempre estará el recordatorio visual de la torre, que será a la vez testimonio de una era de excesos y reclamo de una nueva área de consumo.
Un sueño dorado en la larga resaca de la Expo 92
Circula un sarcasmo sobre el fiasco de aquel gran proyecto del poder político y financiero andaluz: «Andalucía pasó del sueño de la caja única a la realidad de una única caja». El puyazo es atinado. Durante los años del boom, políticos y banqueros coquetearon con la idea de una gran caja andaluza, pero al levantarse con la resaca del crash sólo quedaba Unicaja. El Monte y Caja San Fernando, sumadas en Cajasol y luego en Banca Cívica, acabaron en CaixaBank. Cajasur, en Kutxabank. De aquel sueño sólo queda en pie –a la manera del dinosaurio de Monterroso que seguía ahí cuando despertamos– el inmenso rascacielos.
La historia de la torre hunde sus raíces en la época en que las cajas andaluzas pensaban no en grande, sino en enorme. Al término de la Expo 92, Sevilla heredó una especie de ciudad de pabellones dentro de la ciudad, entre los dos brazos del Guadalquivir: la Isla de la Cartuja. Al tiempo que la zona se configuraba como polo empresarial, terrenos antes esquinados se revalorizaban. Y ahí estaban las cajas, en febril apogeo de su búsqueda de oportunidades urbanísticas.
A finales de los 90, los presidentes de El Monte (Isidoro Beneroso) y Caja San Fernando (Juan Manuel López Benjumea), aupados a sus cargos por el PSOE y afectos a la idea de una gran caja sevillana fusionada que diera a la capital el liderazgo financiero andaluz, apadrinaron un gigantesco proyecto de espacio comercial con la firma de Ricardo Bofill. La idea llevaba el lazo de la modernidad: una iniciativa de vanguardia para espolear a una ciudad nostálgica del 92 y escocida por el fracaso, en el 97, de su intentona olímpica.
El proyecto no salió, pero la idea de sacar punta a aquella inmensa parcela quedó sembrada y germinaría años después en forma de espiga rojiza, después acompañada de instalaciones comerciales y culturales. Hoy el alcalde Juan Espadas (PSOE) llama a toda la zona la «manzana de oro» de Sevilla. Manzana de oro: suena a la dorada retórica precrisis, cuando las cajas soñaban con rascacielos.