Decía Orwell que «periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique. Cualquier otra cosa es publicidad». En realidad la cita es una memez completa puesto que, al existir eso llamado lucha de clases, toda información publicada se posiciona en un sentido o en otro y por tanto, cualquier información de tinte político podría ser considerada propaganda. Y es lógico y saludable que así sea. Lo que es menos lógico es mentir y manipular, especialmente si se trata de manipulaciones tan burdas y trapaceras como las que Antonio Maestre lanza contra mi persona en un reciente artículo publicado en/por este medio. Uno pincha el enlace y lo primero que se encuentra es con los titulares, entre ellos una cita literal mía de la entrevista que Pablo Iglesias me hizo: “Me hace mucha gracia la gente que mitifica a la clase obrera. Pero tío, ¿qué estás diciendo? No tienes ni idea de lo que es la clase obrera. El otro día lo comentamos en una entrevista con Jorge Moruno, lo de esa gente que mitifica la clase obrera, la clase obrera irá al paraíso. No, la clase obrera es machista, es racista, es xenófoba”. En realidad la cita es más larga y, punto y seguido, comento que la clase obrera es una contradicción permanente, que la clase obrera es capaz de lo mejor y de lo peor y que en su seno se producen enormes lazos de solidaridad. Yo es que soy más de John Reed que de Orwell.
El señor Maestre hace trampa al seccionar la cita y convertirla en titular, una pueril artimaña más propia de Eduardo Inda o La Gaceta destinada únicamente a vender periódicos o, como es el caso, a aumentar el número de visitas. El sensacionalismo puede funcionar en primera instancia, pero como la mentira, tiene las patas muy cortas.
Lo repetiré de nuevo por si hay atisbo de duda: la clase obrera es machista, racista y xenófoba, circunstancia que conoce cualquiera que haya nacido en ella o trabajado en su seno. Yo entiendo que trabajando en la redacción de La Marea o como asistente de prensa promocionando películas de Javier Bardem o Antonio Banderas, sea difícil percibir el machismo y el racismo en la clase obrera. Es completamente comprensible el paternalismo santurrón con el que el señor Maestre describe a la clase obrera, sólo hace falta acudir a su currículum para cerciorarse de que sus visitas al sujeto histórico destinado a asaltar los cielos han sido siempre como mero turista: doble licenciatura, dos másters y la preparación de un doctorado en periodismo. Su experiencia laboral transcurre por TVE como documentalista, como redactor en distintas publicaciones o como bibliotecario. Todo un Frank Sobotka sin duda. No encontramos ningún trabajo que no esté vinculado a profesiones liberales ni siquiera teleoperador, el puesto comodín/fetiche de postfordistas y groupies del precariado. ¿De verdad el señor Maestre nunca fue camarero, reponedor o peón de almacén? Por lo visto no.
Pero sí fue lumpen (o eso dice él): “Yo he sido lumpen según la doctrina marxista. En mi adolescencia mi activismo político se ciñó a ser miembro del consejo escolar de mi instituto y a ir a una reunión del Sindicato de Estudiantes de la que salí espantado y aburrido. Me preocupaba solo mi carrera incipiente de futbolista, truncada por una lesión, y hacer caso a mis hormonas adolescentes los fines de semana tonteando con las chicas agarrando un mini de cerveza”. Uno no puede más que sonrojarse pues resulta evidente que el señor Maestre desconoce completamente el concepto de lumpenproletariado que desarrollaron Marx y Engels. En el artículo (que no tiene desperdicio) dice más adelante que “no mamamos lucha obrera, no vivimos el esfuerzo ni la vida dura del trabajador más que en la cara de cansancio de nuestros padres después de 14 horas de trabajar. Trabajábamos para pagarnos unas Air Jordan, un plumas Pedro Gómez o el carné de conducir”. Impagable.
Me veo en la necesidad de recordarle al señor Maestre que un lumpen no trabaja para comprarse unas Air Jordan; las roba. Estoy seguro de que el señor Maestre incluso hizo novillos alguna vez y mascó chicle en la mesa, ello tampoco lo convierte en lumpen. El lumpenproletariado en su versión clásica eran aquellos elementos carentes de conciencia de clase que sobreviven gracias al robo, generalmente contra la clase trabajadora. Por ello la burguesía contrataba pistoleros entre el lumpen para asesinar a líderes anarquistas a principios del siglo XX en nuestro país. Hoy día sería ese cabrón que en la acampada del Aúpa Lumbreiras entra en tu tienda para robarte lo poco que has podido reunir sirviendo mesas el verano anterior para pasarlo bien con tus colegas un fin de semana. O como le diría un encofrador a pie de andamio: ese que es más perro que la chaqueta de un guardia. El lumpenproletariado es, junto a la burguesía, el enemigo natural de la clase trabajadora. Así al menos lo definían los marxistas y así fue durante siglo y medio hasta que un día Pablo Iglesias realizó unas declaraciones poco afortunadas y, sorprendentemente, leninistas anti XX congreso del PCUS, se pusieron a defender al lumpen como si fuera el nuevo culto al que adorar. Incluso periodistas sensacionalistas se reivindicaron como miembros inequívocos del lumpenproletariado por el hecho de comprar unas Air Jordan y tontear con chicas mini de cerveza en mano. Es peligroso mezclar las fobias personales con la política, es peligroso y ridículo. Sobre todo si se trata de tachar de hipster al partido cuyo mayor respaldo se da entre parados, obreros no cualificados y obreros cualificados ¿Cuál es el partido de la clase obrera en el Estado Español señor Maestre? ¿O estudiar de cerca el informe del CIS es también elitista?
Que en la clase obrera hay racismo y machismo es un dato objetivo, de esos que tanto le gustan a Anita Pástor. ¿Dónde cree el señor Maestre que obtiene gran parte de su respaldo electoral el Frente Nacional de la señora Lepen? ¿Entre documentalistas de la Televisión Pública francesa? ¿Entre redactores de diarios digitales progresistas? No, su caladero de votos se encuentra principalmente en la clase trabajadora francesa y autóctona. Claro que el señor Maestre puede cerrar los ojos y con ese paternalismo condescendiente de buen progre de la clase media, hacer como que no ocurre y acusar de clasismo a todo aquél que no piense que los pobres son buenos por naturaleza. En realidad el problema no es nuevo: Marx y Engels lo definieron como alienación o enajenación capitalista. Es evidente que en la clase obrera existen elementos racistas, machistas y derechistas puesto que, para que exista un sistema de dominación, muchos de los dominados deben pensar y actuar en favor de los dominantes, muy inferiores en número. Es algo que el señor Maestre sabría si hubiera leído a Gramsci, pero el señor Maestre prefiere leer la Biblia y textos nazis, según airea por Twitter. Y aprovecho para recordarle que Gramsci, igual que otros clásicos del marxismo, no es propiedad de «intelectuales que leen mucho y se creen superiores». Creer que sólo los académicos pueden leerlo o tildar de desclasados a los trabajadores que prefieren leer a Gramsci que leer el “Marca”, sí que es tener una visión estrecha y folklórica sobre la clase obrera, además de no haber pisado ningún partido o sindicato de clase (ah, claro, es que al señor Maestre la organización colectiva le aburre). Los obreros del metal también hemos leído al pensador italiano, he de confesarle que no sin cierta dificultad. Posteriormente podemos entrar a analizar los motivos (publicidad, televisión, cine y otros generadores de ideología) por los que la clase obrera alberga pensamientos e ideas contrarias a sus intereses y que evitan la toma de conciencia y su transformación en clase para sí, pero acusar de clasista a quien pretende identificar y enumerar los problemas de SU clase social para atajarlos, es pueril, sensacionalista y sobre todo, insultantemente paternalista. No se puede solucionar un problema si primero no lo identificamos y asumimos que existe y que está ahí.
El tema es que el señor Maestre llega tarde al debate. A uno le da la sensación de que el señor Maestre descubrió el clasismo vía Owen Jones y Víctor Lenore y resulta que aquí llevamos tiempo combatiéndolo, sea contra la derecha o contra la izquierda académica que hoy asalta las instituciones al grito de abajo la casta. Le recomiendo la lectura de este artículo. Es de julio de 2013. Por cierto, causó bastante debate y generó muchos artículos y respuestas (CGT, Juan Domingo Sánchez Estop, Jorge Moruno y un largo etcétera). A usted no le vi participando. Quizá todavía no había descubierto el clasismo porque no había salido el libro de Lenore. Lecciones las justas señor Maestre, de clasismo ninguna.
Por último, si el señor Maestre piensa que mis declaraciones sobre a la clase obrera son clasistas, le invito a que salga de la redacción de La Marea y visite uno de esos bares de polígono en la hora de la comida. Un bar de esos en el que solo hay camareras y se las obliga a llevar un humillante uniforme con la falda por encima de las rodillas. Que se siente, pida una cerveza y agudice el oído para escuchar las conversaciones. Y que disfrute del espectáculo. Y que luego se imagine eso a diario, durante años. Siempre me hizo mucha gracia que desde despachos, redacciones o aulas universitarias, vengan a decirnos que nuestros trabajos son muy dignos, que no es tan malo limpiar letrinas o subirse a un andamio. «Voces que hacen correr los ricos», me dijo una vez un albañil borrachín. La democracia no es un sistema en el que el hijo de un minero puede convertirse en el mismo responsable de la mina. La democracia es, primero de todo, que los mineros controlen la mina y segundo y no menos importante; que el hijo de un minero pueda trabajar en esa mina de ingeniero.
En la clase obrera tenemos muchos problemas, se llamen racismo, machismo o derechismo cuñado. Para solucionarlos y combatirlos hay que sacarlos a la luz y enumerarlos en voz alta, no hacer como si no existieran o incluso peor: justificarlos porque claro, «es que no han leído a Gramsci». La clase obrera no es un ente ajeno a la sociedad, su interior alberga racismo, machismo y derechismo porque la sociedad es racista, machista y derechista en gran medida. Lo que ocurre es que a muchos miembros de la clase media progresista les da pavor poner en entredicho a alguien «de clase mucho más baja que la suya», un paternalismo que a duras penas consigue camuflar un sentimiento de culpa hacia los más necesitados. Una lógica, por cierto, bastante más cercana a las posiciones del Papa Francisco que a las de un marxista. El problema es que yo, a diferencia del señor Maestre, sí he mamado la lucha obrera y sí llegué a casa reventado de trabajar doce horas al día con un mono azul de trabajo. Por eso sé que el mismo compañero que en la hora del almuerzo cuenta un chiste racista o hace algún comentario vejatorio a la camarera en minifalda, luego da la cara por ti durante una huelga o una trifulca contra el patrón. Por ello y como dije en la entrevista, la clase obrera es una contradicción permanente, capaz de lo mejor y de lo peor; la clase obrera es un campo en disputa. Una problemática que un servidor y Arantxa Tirado (politóloga e hija también de la clase obrera), llevamos estudiando durante casi dos años. Libro que publicaremos el año que viene vía la editorial Akal, demostrando así que los miembros de la clase obrera no necesitamos de portavoces que salgan a defendernos, podemos hacerlo nosotras mismas, incluso en las “elitistas editoriales” que publican a Negri y a Gramsci. Si el señor Maestre nos facilita una dirección, se lo haremos llegar inmediatamente en cuanto se publique.
El problema del señor Maestre es que nunca podrá hablar de la clase obrera en primera persona (si el pobre cree que por estar con los colegas en un parque perdiendo el tiempo ya eres lumpen). Su mirada es la del turista, por eso tiene miedo a cuestionar alguno de sus comportamientos, por cuestionables y denigrantes que éstos sean. Antonio Maestre prefiere quedarse con la versión edulcorada y condescendiente que de la clase obrera hace León de Aranoa en Los lunes al sol. Otros pensamos que son mucho más certeras y realistas las apuestas de Luis Buñuel en Viridiana o en Los olvidados. Pero no hace falta remontarse al genio de Calanda, supongo que el señor Maestre recordará la brillante Gran Torino (Clint Eastwood, 2008), un retrato fiel y certero de la clase obrera blanca estadounidense: el viejo gruñón cascarrabias que se enfada con sus hijos porque compran coches japoneses en lugar de americanos y le molesta que su barrio de toda la vida se llene de amarillos y negratas (¿qué tramáis morenos?). El mismo obrero jubilado lleno de prejuicios racistas y machistas (cómo olvidar la escena de la peluquería en la que intenta “hacer un hombre” a su vecino asiático) que posteriormente lo dará todo por su nuevo ahijado oriental, primero la vida enseñándole un oficio y enfrentándose a las bandas (lumpen), después dejándole el Gran Torino en herencia, para desgracia de su blanca, desclasada y superficial nieta. Por ello la clase obrera, insisto, es capaz de lo peor y de lo mejor. Por ello es un campo en disputa que debe de alejarse tanto del determinismo dogmático que la convierte per se en el sujeto histórico destinado a liderar la emancipación, como del determinismo de clase media que convierte a todos sus miembros en buenas personas por el hecho de ser pobres, justificando cualquier comportamiento (por cuestionable que sea) victimizando al sujeto y culpando al sistema. De la misma forma que no existe la naturaleza humana (salvo en las mentes neocon para justificar el saqueo que sufrimos) no existe una naturaleza vinculada a la clase social. De ahí que surjan conceptos como vanguardia o conciencia de clase o instituciones como el partido, el sindicato o los movimientos sociales. Extraños tiempos en los que hay que enunciar lo obvio.
La clase obrera irá al paraíso sí, pero antes debe eliminar todo vestigio de racismo, machismo e individualismo porque, de la misma forma que no es libre el pueblo que oprime a otro pueblo, tampoco es libre la persona que oprime a otra.
El Nega es miembro de Los Chikos del Maíz