La homeopatía funciona solamente porque el efecto placebo funciona, ya que los preparados homeopáticos no son más que excipiente, la parte inactiva de los medicamentos. Se basan en tomar una disolución de una sustancia más o menos pintoresca y llevar a cabo lo que los químicos llamamos diluciones en serie, que no es más que tomar una parte y rellenar hasta diez o hasta cien partes, por ejemplo con agua, y repetir el proceso una y otra vez. Estas repeticiones frecuentemente se extienden mucho más allá del punto donde, para entendernos, ya sólo queda agua, y los adeptos a la homeopatía sostienen que este agua -o las pastillas de azúcar que han sido empapadas con este agua- tiene un efecto curativo. Un caso típico y a la vez escandaloso es el Oscillococcinum, que comienza como extracto de entrañas de pato, y se lleva a una dilución 200C (200 diluciones 1:100 en serie) con un resultado teórico de una parte de preparado en 10400 partes de agua, un 1 con 400 ceros.
Este es un número lo bastante monstruoso como para que sea entretenido ponerlo en perspectiva. Se estima que en todo el universo observable existen alrededor de 1080 átomos, un 1 con 80 ceros. No hablamos aquí del Sistema Solar o de la Vía Lactea, ojo: el Universo entero. Vale, ahora vamos a sustituir mentalmente cada átomo del universo por otro universo igual de grande que el nuestro, con sus correspondientes copias de nuestra Vía Lactea, de tí que lees esto y de mí que lo escribo. Cada átomo, una copia entera del universo. Y ahora por arte de alquimia transformamos ese universo de universos en Oscillococcinum, y decepcionados nos encontramos que contiene solamente 10160 átomos, un número absurdamente alto que es todavía abismalmente inferior a los 10400. Un universo de universos de lactosa y glucosa que no contiene ni un átomo del extracto de entrañas de pato. En términos prácticos, si este preparado homeopático ha sido bien (?) preparado, tenemos la certeza estadística de que no hay una sola persona que, por consumir estas pastillas de azúcar pagadas a precio de medicamento, haya probado ni llegue a probar jamás ni una sola molécula de extracto de entrañas de pato. ¡Ni una sola persona, ni una sola molécula! Esto es extraordinario. Como contraste, un cálculo sencillo nos muestra que en cualquier lata de Coca-Cola podemos esperar estadísticamente encontrar varias moléculas de agua de los últimos orines de Julio César (este ejemplo, además, nos sirve para recordar y apoyar el #BoicotCocaCola de @cocacolaenlucha).
Desde luego, la clave es que hoy en día no podemos considerar las bases del pensamiento homeopático como científicas, sino como mágicas. James George Frazer dividió las manifestaciones de la llamada «magia simpática» entre las que se corresponden con la ley de la similaridad y las que se corresponden con la ley del contacto o de contagio. La ley de la similaridad sería la que se busca emplear al utilizar un muñeco fetiche semejante a la persona a la que se quiere hechizar, y la aportación de la ley del contacto sería el colocarle al muñeco fetiche un mechón de pelo o una fibra de la ropa del sujeto. De hecho, Frazer, en su libro más famoso, decía «Charms based on the law of similarity may be called homeopathic or imitative magic». La homeopatía actual utiliza el primer tipo de pensamiento mágico para llegar a su lema «lo semejante cura a lo semejante», y por otro lado un corolario de la ley del contacto lleva a creer que ciertas «vibraciones» pasan de la sustancia original al agua, y le permiten al agua «recordarla». Al no basarse en la ciencia, la homeopatía no tiene ningún problema con los numerosos estudios científicos que estudian las estructuras supramoleculares basadas en puentes de hidrógeno (la «memoria del agua») y encuentran que, en estado líquido, a cada nanosegundo las moléculas de agua se reorganizan por completo, perdiendo toda información sobre otras moléculas con las que han estado en contacto. En descargo de Hahnemann, el padre de la criatura, hay que decir que nació y murió en la época de los miasmas y las sangrías: no conoció ni la teoría microbiana de la enfermedad ni el número de Avogadro, bases imprescindibles para la medicina y la química del siglo XX. El creador de la homeopatía no tenía las herramientas para constatar la ineficacia de sus remedios, ni la ausencia de principios activos en sus preparados, ni la corta memoria del agua.
Otra muestra de actitud seudocientífica en la homeopatía es la que usa el siguiente argumento: «como los preparados homeopáticos tienen efecto sobre niños y animales, su efecto no puede ser meramente placebo». Una búsqueda bibliográfica muestra que no solamente los animales (y los niños, claro) sí son susceptibles al efecto placebo, sino que en casos concretos como el de la analgesia en ratas ya se ha determinado incluso qué molécula es la responsable de este efecto, y cómo bloquearlo químicamente. Sí, el efecto placebo también es química. Esto es: la homeopatía, al igual que los rezos y los sortilegios, sí que puede tener un efecto real (placebo, que no está reñido con real) sobre algunas afecciones, y el efecto dependerá de cuántas pastillas tomemos y de su color, de nuestro convencimiento y del convencimiento que tenga quien nos las haya recetado. Nos ocuparemos de esto con más detalle en otra entrada.
Unos conocimientos básicos de química, unidos a la actitud crítica que se deriva de una educación científica, son herramientas necesarias y suficientes para resistir engaños como el de la homeopatía. Parece patente que estos conocimientos están ausentes en nuestros legisladores y sus asesores científicos. Como cuesta creer que ese sea el caso de la mayoría de nuestros farmacéuticos, habrá que suponer que, o bien no han dedicado el tiempo necesario a estudiar el tema, o bien se conforman con el efecto placebo y no se preocupan de los fundamentos científicos. (Pero entonces cabe preguntarse: ¿para qué queremos farmacias?)
Pensamos que es responsabilidad de los científicos no solamente el educar y ofrecer estas herramientas de autodefensa intelectual, sino tambien el combatir activamente a las pseudociencias. Más allá de aportaciones puntuales como este mismo texto o esta canción sobre copazos homeopáticos (¡muy recomendable!), creemos importante reconocer el mérito de una serie de iniciativas persistentes en el tiempo como la «lista de la vergüenza» que señala a Universidades, Colegios Oficiales y organismos públicos que promueven la pseudociencia.
Este texto, por Lorena Rosaleny Peralvo y Alejandro Gaita Ariño, es un extracto, adaptado, del artículo «La aproximación crítica a las pseudociencias como ejercicio didáctico: homeopatía y diluciones sucesivas«, de la que también son autores Gonzalo Abellán, Jesús Carnicer y José J. Baldoví y que fue publicado en el número de octubre-noviembre-diciembre de 2014 de los Anales de la Real Sociedad Española de Química.