“Debemos entrar en Europa para que nunca llegue a funcionar”. Esta frase aparece en una soberbia serie de televisión, Sí, ministro, y es dicha por un miembro del Gobierno británico en los años setenta. El término euroescéptico durante décadas estuvo casi exclusivamente reservado a los conservadores británicos, a los llamados tories. Luego se extendió a las diversas fuerzas nacionalistas, populistas y de extrema derecha en diferentes países de Europa. Hasta hace poco, esos eran oficialmente los euroescépticos pero, cada vez más, esa palabra se usa para calificar a una buena cantidad de ciudadanos que nada tienen que ver con posturas conservadoras, ultras o populistas. La alarma cunde entre los principales partidos porque la única opción política mayoritaria que no pierde fuerza en Europa es la de la abstención.
Si existiera un Partido de la Abstención, sacaría casi la mitad de los votos en las próximas elecciones europeas del 25 de mayo. Técnicamente hay tres formas de abstenerse. Una es no ir a votar, otra es votar en blanco y, la última, votar conscientemente de manera nula. Según los últimos datos del Centro de Investigaciones Sociológicas un 49,7% de los consultados en España o no responde a la pregunta de si votará, o afirma que no sabe qué hará o, directamente, señala que se abstendrá. Desentrañar el significado de un voto es muy difícil y, en el caso de la abstención, todavía más. Sin embargo, es cada vez más frecuente escuchar a los líderes de los partidos mayoritarios explicar la abstención en razón de un creciente euroescepticismo. Parece que si uno no va a votar en las elecciones del 25 de mayo es porque no cree en Europa. Pero muy bien puede ser justamente lo contrario.
¿Cómo va a creer un europeísta en un proyecto de Unión Europea donde gobiernan los lobbys, donde las dos opciones ideológicas mayoritarias son prácticamente idénticas, donde no existe una política fiscal y bancaria común, donde se permite el ascenso de la xenofobia y el nacionalismo, donde se hace la vista gorda a paraísos fiscales -como las Islas del Canal, Luxemburgo, Holanda, etcétera- y donde cada vez hay más restricciones a las libertades de los ciudadanos? Criticar eso no es ser euroescéptico.
Euroescéptica es Bruselas, es la troika, es Angela Merkel, es Hollande… son todos aquellos que privilegian el libremercado, el populismo nacionalista, las restricciones a la libre circulación de personas, a la sanidad y a la educación públicas y que retrasan y obstaculizan las decisiones que de verdad nos llevarían hacia la constitución de un Estado federal europeo. Son precisamente los que menos fe tienen en Europa, los que se conforman con esta Eurolandia, los que acusan de euroescépticos a muchos de los auténticos europeístas.
Lo último que quieren los mercados es un nuevo sujeto colectivo internacional fuerte, una nueva estructura gubernamental supranacional, que controle y ponga coto a sus desmanes, propios de la ley de la selva. Los mercados detestan la idea de una unión política de Europa. La UE debería aspirar a ser un modelo de bienestar, convivencia y sostenibilidad para el resto del mundo, pero precisamente el bienestar, la convivencia y la sostenibilidad casan muy mal con el ultracapitalismo rampante.
Ayudados por unos Gobiernos que se dejan manejar como marionetas, los lobbys de las grandes corporaciones (financieras, bancarias, energéticas, petroleras, agrícolas, etc..) han secuestrado el proyecto europeo limitándolo a un espacio económico habitado por consumidores antes que por ciudadanos. La actual crisis económica ha puesto de manifiesto que la influencia del voto de los ciudadanos es cada vez menor. Los dirigentes nacionales han traicionado la voluntad de sus electores y la troika ha seguido las directrices dictadas por los lobbys con unos intereses muy alejados de los de la ciudadanía.
El resultado buscado por los grupos de presión al servicio de la banca y los especuladores ha sido doblemente letal: por un lado la pérdida del Estado de bienestar y, por otro, la quiebra de la confianza de los ciudadanos en el proyecto europeo. La jugada les ha salido perfecta. Los grupos de presión se han hecho con el poder en Bruselas y, desde allí, han seducido (o sometido) a los Gobiernos nacionales al tiempo que abonaban el terreno para los nacionalismos de corte populista. Con este panorama, han quedado huérfanos los ciudadanos que creen en otra Europa: en un proyecto de país con la forma de un Estado federal multinacional, en el que todo ser humano que llegue a él disfrute de los mismos derechos basados en las nociones de Libertad, Igualdad y Fraternidad.