Esta semana, en parte continuando con la presentación y en parte ya entrando en materia, abordo la pregunta: ¿qué es el agua imantada, el supuesto producto que da título a este blog? A esa pregunta puedes recibir respuestas bastante variopintas, dependiendo de a quién preguntes.
En general, quienes venden (o han comprado) aparatos relacionados con el «agua imantada» hablan como mínimo de algún efecto descalcificador, esto es, de ablandar el agua, y a veces explican cómo y por qué el campo magnético influye en la precipitación de las distintas fases de carbonato de calcio. Son argumentos que en principio suenan científicos. Este es el mejor de los casos, claro, porque hay otros vendedores más trasnochados que dan una lista francamente inverosímil de beneficios para la salud (desde tratar problemas urinarios hasta aliviar la depresión o prevenir el cáncer), en plan «agua milagrosa». En los casos más aberrantes, el detector de producto milagro se le activa casi a cualquier persona crítica. En cambio, y volviendo al primer caso, la idea del uso de campos magnéticos para alterar la dureza del agua parece algo exótica pero más realista, así que exige un poco más de lectura antes de elegir entre aceptarla como realidad o lo descartarla como fantasía.
La mejor fuente que he encontrado al respecto, y por tanto la fuente que recomiendo para las personas interesadas en el tema, es esta página de un profesor de química retirado. Contiene explicaciones detalladas y documentadas sobre seudociencias en general, con excelentes apartados sobre paparruchas relacionadas con el tratamiento magnético del agua en particular. Si queréis un resumen en pocas palabras, lo de ablandar el agua con campos magnéticos (1) no tiene una teoría detrás, (2) no está demostrado en la práctica y (3) está rodeado de mentiras y medias verdades. Y de la larga lista de otros efectos de los imanes sobre el agua no hay nada mejor que decir. (Ya lo estoy leyendo: «Pues a mí me funciona») En cualquier caso, no me creáis a mí: leed la versión larga, buscad fuentes aún más serias, y si por el camino tenéis alguna pregunta, aquí estoy para buscar juntos alguna respuesta 😉
¿Y cómo es que estas patrañas siguen en el mercado? Pues obviamente, los productos milagro se siguen vendiendo porque
- es legal venderlos y
- la gente los sigue comprando.
Aquí es muy fácil echar toda la culpa a los políticos, «que no protegen a la ciudadanía legislando como deberían», o al consumidor, «que compra sin tener ni idea». (Echar la culpa a otros, muy fácil y muy cómodo: ¡probad!) Pero yo pienso que buena parte de la responsabilidad recae sobre quienes tenemos una formación científica, puesto que somos quienes mejor podemos defendernos, y defender a la sociedad, frente a tantas majaderías y supersticiones.
En este caso particular, quizá deba empezar dejando algo claro: las fuerzas y energías que rodean al magnetismo no son un misterio. No más que las que rodean a la gravedad. Las ecuaciones de Maxwell, que describen los campos eléctricos y magnéticos, tienen la friolera de 150 años, casi la mitad que los Principia de Newton. No estamos hablando precisamente de computación cuántica. (Aunque, ahora que lo menciono, sí que hablaremos de computación cuántica en otras entradas de este blog).
Estas centenarias ecuaciones describen bastante bien, aún hoy, los fundamentos de la electricidad y del magnetismo, así como la relación entre ambos. Tan bien, de hecho, que no tuvieron que ser corregidas cuando llegó la Teoría de la Relatividad, a diferencia de lo que le ocurrió a la mecánica de Newton. Y, pese a todo, cinco generaciones después nos encontramos con el triste a la par que hilarante incidente de los «Fucking magnets, how do they work?» (si no sabéis de qué hablo, id a echarle un vistazo y luego volvéis), que no es más que un ejemplo de pensamiento mágico del siglo XXI: «la naturaleza está llena de maravillas, pero yo prefiero regodearme en mi ignorancia porque no me fío de los científicos». Parece claro que la educación y la divulgación no están llegando todo lo lejos que deberían llegar.
Y si el magnetismo no es un misterio, el agua tampoco lo es, aunque así la quieran vender los fabricantes de productos homeopáticos. Volveremos a la homeopatía otro día, porque es un tema que lo merece. Quedándonos con la relación entre agua y campos magnéticos, ¿qué nos dice la ciencia? Tanto la experiencia como la teoría muestran que el agua es diamagnética, esto es, que los campos magnéticos repelen al agua. Los materiales diamagnéticos, como el agua, no se imantan jamás, por fuerte que sea el campo magnético en el que estén. De hecho, es al contrario: cuanto más fuerte el campo, más fuertemente se oponen al campo y por tanto con más intensidad se ven repelidos. Quien tenga imanes de neodimio en casa quizá quiera probar este experimento. Con campos lo bastante intensos (de más de 10 tesla) se ha hecho levitar a una rana o a un ratón (vivos).
Y, después de tanto negar al agua imantada: ¿qué es lo que sale en la foto de la cabecera de este blog? Se trata de un ferrofluído, esto es, un líquido en el que hay una suspensión de nanopartículas ferromagnéticas, que sí se imanan. Como las limaduras de hierro en un experimento casero, las nanopartículas tienden a disponerse siguiendo las lineas de campo magnético. La gravedad y la tensión superficial del agua limitan el movimiento de las nanopartículas en suspensión, evitando que el líquido se rompa en gotas y el resultado es de una belleza singular.