En un principio quería hacer una película de mujeres, la historia y vocación de las que eligen ser militar y pilotar aviones del Ejército del Aire. No le salió. Filmó a hombres y mujeres. ¿Por qué? Las respuestas de la directora Carla Subirana (Barcelona, 1972) son diversas, aunque fluyen, como las imágenes que ofrece su último trabajo, Volar. Pero eso no quiere decir que la cineasta catalana sea esquiva. Ella cuenta, y mucho. Lo hace mediante el cúmulo de historias que narran los protagonistas del documental, muchas veces mudos; habla también el cielo pesado que ha filmado y las contradicciones que se palpan en su filme, las de aquellos que anhelan despegarse de la tierra para ser como pájaros, con la cuadriculada formación que recibe un militar.
Los contrastes provienen porque el film documenta que España no se parece en nada a la tantas veces filmada academia americana de West Point; la cinta trascurre en Los Alcázares (La Manga), donde se sitúa la Academia del Ejército del Aire. La película también enseña cómo esos jóvenes con pasión por volar aprenden a usar unas armas pensadas para herir, “mucho más nocivas que las que matan, un herido es siempre más costoso”, cuenta un profesor… Y esas ansías de tocar el cielo chocan con la férrea disciplina, con la marcada territorialidad del cuartel, con la mirada feroz de un halcón omnipresente en la película, parte también de la escuela militar, un ave de presa que colabora con los aeropuertos civiles y militares para evitar que otras a aves y animales invadan las pistas. El animal simplemente observa; nada más. Las respuestas las debe responder el público.
Porque al visionar el documental surgen muchas preguntas: ¿por qué una película así?, ¿qué hace una chica como tú (catalana, además) en un sitio como este?, ¿qué piensan los chicos y chicas de 18 sobre la patria?, ¿por qué al final la historia que cuenta es de hombres y mujeres, y no sólo de ellas, como pretendía? ¿Qué impresión le ha causado entrar en el corazón del Ejército (y aquí es importante destacar que es la primera vez que una cámara retrata una Academia militar española)?.
“Entré en esto por curiosidad, porque siempre me ha había llamado la atención el género de cine bélico, porque cuando empecé a darle vueltas a la cabeza al proyecto se conoció la noticia de la primera militar española muerta en Afganistán, porque me preguntaba qué le pasa a una mujer por la cabeza para ingresar en el Ejército, también quería saber sobre lo atractivo de la guerra y la violencia, mi hijo de siete años juega a matar…”, explica la directora.
Y al meterse en arena, se encontró con que no pudo realizar la historia de mujeres que quería. Desde el Ministerio de Defensa no le dieron los permisos para esa mirada. Si quería filmar debía contar la vida de ellos y ellas. Y así, su película se pega mayormente a la piel de ellos, pero porque son mayoría. Y el perfil que consigue de unos y otras es similar: “jóvenes con la pasión de volar, muchos hijos de militares y tradicionales”.
Y lo inquietante de Carla Subirana es que su propuesta muestra los rostros de los que saldrán sabiendo que ya no son un individuo, sino un Ejército, caras indistinguibles cuyo objetivo es ni más ni menos que controlar el espacio aéreo. En Volar ninguno de esos futuros aviadores tiene nombre, no hay voz en off, no hay entrevistas. Ellos y ellas se retratan al mostrar cómo se mueven en su escuela.
Volar, nominada a los V Premios Gaudí como mejor película documental, no responde de una forma clara a ninguna de las preguntas planteadas. “No hago cine para responder dilemas, sino para plantearlos. Quiero que lo que filmo sirva de artefacto para la reflexión”, responde tajante. Y lo hace reconociendo su mirada perpleja ante estos hombres y mujeres que visten armas. “Tengo la sensación de que hay un nosotros [los que no estamos en ese mundo] y ellos”, señala sin querer juzgar y reconociendo los esfuerzos que tuvo que hacer ella y su equipo para quitarse también los prejuicios e ideas preconcebidas (donde las películas americanas han dictado nuestros imaginarium) de la clase militar. Lo que no duda es que el ejercicio de transparencia de mostrar cómo son es ya un avance, una forma de acercar ambos mundos y romper distancias.
¿Próximos proyectos? “Descansar” y esperar de nuevo la necesidad de contar.