MADRID// El Teatro Central de Sevilla acogió el 27 y 28 de febrero las VI Jornadas sobre Inclusión Social, Educación y Artes Escénicas organizadas por el INAEM. En ellas, como ponente, ha participado Manuel Muñoz Bellerín, director Académico del Curso de Especialidad Universitaria y Máster en Teatro Social Crítico e Intervención Socioeducativa de la universidad Pablo de Olavide. Además, coordina un grupo de teatro amateur, llamado Teatro de la Inclusión, conformado mayoritariamente por personas sin hogar, y que fue galardonado con el Premio Solidaridad 2011 de la Asociación de Actores de Andalucía.
Para Muñoz, estas jornadas resultan necesarias para la conceptualización del teatro como herramienta pedagógica de educación. “Existe una necesidad de abrir espacios para intercambiar experiencias sobre la relevancia del arte en la educación y en el desarrollo de una democracia participativa”, afirma. “De hecho, el tema que subyace del diálogo sobre esta democracia participativa es la necesidad que tiene la sociedad de que exista una cultura, una educación o un teatro que sea para todos. Y, por este motivo, creo que estas jornadas son muy relevantes”.
¿De qué estamos hablando cuando nos referimos al teatro social?
La expresión “teatro social” puede parecer una redundancia o un pleonasmo porque todo teatro, per se, es social. Pero nosotros nos referimos a un modelo de teatro que forma parte de la democracia cultural, de esto que decía Romain Roland de un teatro del pueblo y para el pueblo. Es decir, un teatro pedagógico, participativo, que reivindica el derecho cultural, el derecho de los seres humanos a desarrollarnos en un contexto de igualdad. Es éste el modelo del que hablamos. Un modelo que, por cierto, tiene un antecedente histórico trascendental en la II República española, cuando el movimiento anarquista propuso unas ciencias sociales como paradigma de transformación y de justicia social.
Posteriormente, se ha utilizado esta expresión para definir un tipo de acción social desde la metodología teatral. Desde hace unos años, desde el ámbito académico y sociocultural, hablamos del teatro social crítico como de un proceso de intervención sociocultural participativa desde estrategias de conciencia y reconocimiento de los derechos humanos con las personas y los colectivos que lo requieran. Y utilizamos la técnica del arte teatral y de las ciencias sociales que faciliten un objetivo negociable y acordado con aquellos con los que trabajamos para que sirvan para una transformación participativa social.
Durante su ponencia en estas jornadas, ha distinguido dos tipos de objetivos: la visibilización y la toma de conciencia por parte de las personas con las que trabajan. ¿Cuál es más complicado de conseguir?
La gran dificultad, la dificultad macro, está en la disponibilidad política para que nos cedan espacios donde construir estos procesos dentro de una democracia como se supone que es la nuestra. Es decir, que se establezcan los derechos culturales de una vez y que se establezcan unos derechos culturales desde las capacidades de cualquier ser humano o cualquier colectivo o comunidad para que puedan crear y producir su propia cultura.
Después, nosotros intentamos que se tengan en cuenta los relatos de aquellos que no están siendo representativos en el marco social, político y cultural. Es decir, que el teatro sea un espacio de visibilización para aquellos a los que no se los está teniendo en cuenta. Y por otro lado está la toma de conciencia. Primero por parte de la sociedad, porque debe saber que hay otros relatos. Pero también por parte de los colectivos excluidos porque muchas personas tienen serias dificultades identitarias, de representación o de percepción acerca de sus propias vidas. Esto sucede porque estas capacidades están muy mermadas por el sistema en el que nos encontramos, que crea estos espacios de diferenciación y de exclusión.
Cuando habla de personas excluidas, ¿a qué colectivos se refiere?
A todos. Desgraciadamente, el espacio de la exclusión es multidimensional y abarca muchos colectivos. Nosotros nos centramos sobre todo en las personas sin hogar pero hay una serie de problemas muy graves. Hablamos de personas que están en condiciones de pobreza muy preocupante, que no tienen acceso a conseguir cotas mínimas para aquellas necesidades mediante las que tener una vida digna. El momento actual en el que vivimos, además, esos espacios cada vez son más amplios. En realidad, hablamos de un conflicto que nace de una dualidad entre ricos y pobres, hegemónicos y dominados. Una situación que ha sido generada por este sistema capitalista cuyo interés no es otro que la creación de esta dualidad porque para que existan clases dominantes tiene que haber oprimidos. Y ésta es la universalización de una realidad que no debería ser así y contra la que luchamos para que no sea así.
Cuando se utiliza el teatro como una herramienta, en lugar de cómo un fin, ¿el componente artístico pasa a un segundo plano o también reivindican su derecho a la cultura, a disfrutar del arte?
El proceso es fundamental, como en cualquier experiencia artística y humana. Pero como producto cultural para nada es irrelevante. Es muy importante y hay que cuidarlo. Ahora bien: en el arte, como en otras categorías, ¿qué está bien y qué está mal? ¿Qué es artístico y qué no lo es? Esto puede formar parte también de un discurso perverso donde se establece, una vez más, la dualidad de la que hablamos. En este caso, entre una élite cultural y artística, los que saben, y el resto. La propuesta que hacemos mediante este teatro social crítico parte de un enfoque de democracia cultural donde no solo los grupos culturales puedan realizar productos culturales y artísticos, sino que cualquier otro colectivo tenga acceso a diferentes técnicas y materiales para que puedan hacerlo. Es decir, permitirles que tengan otros modos de relaciones, de espacios de creación y de comunicación.
En esta labor de inclusión, ¿sólo sirven como herramienta las facetas del arte más tradicionalmente populares, como la música o el teatro, o las que históricamente han pertenecido a las élites, como la pintura o la escultura, también son válidas?
No, no, cualquiera. Partimos de la base de que todas las artes son modelos de experiencia humana donde se crean procesos en los que el ser humano puede imaginar y proyectar otras sociedades, otros mundos. Creemos que el Arte y la Cultura son paradigmas fundamentales. Mira, a lo largo de la historia han sido, sobre todo, la política y la economía las que han marcado los horizontes para un desarrollo o un mundo diferente donde ya no haya esa dualidad. Pues ya es hora de comenzar con un proceso revolucionario, que ya intentaron en su momento esos movimientos revolucionarios anarquistas o la revolución rusa de principios del siglo XX, aunque no tuvieran mucho éxito. A pesar de ello, resultaron interesantes como experiencias piloto. Creo que es muy importante que hagamos esta revolución y que le demos a la cultura la oportunidad de que marque los horizontes de cambio, de justicia.
Me decía antes que usted trabaja, sobre todo, con las personas sin hogar.
Sí, bueno… Desde hace aproximadamente siete años estoy implicado en dos espacios que son complementarios y que creo que son reveladores de toda esta labor que hacemos con el teatro social crítico. Uno son los cursos de especialidad universitaria en Teatro Social Critico de Intervención Social Educativa, que imparto en la universidad Pablo de Olavide, donde tratamos de compartir diferentes perspectivas, de las ciencias sociales, la intervención social y del teatro como modelo de acción social participativa. Y el otro, que me resulta especialmente emotivo, es el Teatro de la Inclusión, que digamos que es la parte práctica, donde trabajamos con un grupo de personas que han padecido la exclusión y la discriminación. Ese grupo lo forman todo tipo de personas, incluso alguna que no es excluida, aunque fundamentalmente está centrado en las personas sin hogar y en los inmigrantes. Y es ahí donde compartimos la experiencia del teatro como medio de expresión, de identidad, de reconocimiento y, sobre todo, como derecho cultural.
¿Trabajan sobre obras ya escritas o el proceso de creación parte desde la invención del texto?
Últimamente, estamos trabajando en procesos cada vez más horizontales donde son las personas con las que trabajamos quienes deciden qué tipo de escenas son más importantes a la hora de hacer el montaje, qué tipo de lenguaje quieren utilizar para comunicarse. De eso se trata la creación colectiva teatral como método de acción participativa. Normalmente, la construcción de las obras se hace sobre la base de lo que quiere contar el grupo, que suelen ser temáticas relacionadas con su propia experiencia, conformada por experiencias vitales muy complejas y muy duras. Y eso después lo pasamos a un espacio de ficción, que es lo que es el teatro. No reflejamos la realidad como tal sino que marcamos una línea ficticia en la que reflejamos las experiencias vitales que estos colectivos determinan.
¿Hay algún momento que se les haya quedado especialmente grabado en el desarrollo de este trabajo de inclusión?
Una de las experiencias más impresionantes que hemos vivido fue en la cárcel del Puerto de Santamaría. Nuestras creaciones son, a veces, de un nivel de abstracción importante. Tienen, incluso, un fuerte contenido poético, no son realistas. Y fuimos a esta cárcel, donde ya hemos estado tres veces. Pero la primera teníamos miedo de que no se entendiera lo que tratábamos de contar. Fíjate que se marcó un gran silencio y, de hecho, ha sido uno de los públicos que mejor ha entendido lo que hacemos. Y fue porque se vieron reflejados en las narraciones que el grupo de teatro estaba representando. Sin duda, esa fue una de las experiencias más emotivas que hemos vivido.
Las iniciativas para usar el teatro como una herramienta de inclusión social no se limitan a Sevilla, sino que están presentes en toda España. El teatro Cuarta Pared tiene programado desde el 19 de marzo hasta el 5 de abril Magia Café. Esta obra, producto de la ONG Caídos del Cielo, reunirá en el escenario a actores profesionales con personas en riesgo de exclusión social para demostrar «el poder del teatro en la transformación personal y social”.
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